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Ontología del todo (I)
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Ontología del todo (I)

El ideal del todo soporta muchas teorías, como las siguientes: la del todo dentro de todo, el del todo finito y el del todo infinito, teorías de las Supercuerdas, la gravedad cuántica de bucles, la del campo cuántico unificado, la del todo diversificado…  Así encontraremos más explicaciones según la disciplina científica, religiosa, filosófica, social y cultural. De hecho, fijar posición sobre el concepto del todo es un riesgo, como fin último, solo basta dar un vistazo a varias teorías que se han formulado, como por ejemplo aquellas que descansan en los pensamientos y estudios de Platón, Aristóteles, Hegel, Whitehead, Ashtekar, Niels Boh, Max Planck y Stephen Hawking, por nombrar algunos casos clásicos y recientes. 

Se pueden citar teorías modernas que tratan de unificar todas las interacciones fundamentales de la naturaleza, como por ejemplo la Teoría cuántica de campos o Teoría del Todo. Estas interacciones han sido descritas por medio de fuerzas: la gravitatoria, la electromagnética, la nuclear fuerte y la nuclear débil.

El mundo cuántico busca la respuesta única a la existencia, al origen del todo, a esa fuente de donde se genera el universo. Es como la búsqueda de la explicación de Dios o la verdad fundamental por medio de la ciencia. Para ello utiliza la física, matemática, biología, psicología, química y otras ciencias auxiliares. Se han estudiado la existencia, formas y movimientos de partículas subatómicas. Un caso es el de la teoría de las Supercuerdas en que las partículas ya no son «entes puntuales», sino que se trata de pequeños filamentos (cuerdas) denominados string o F-strings con una longitud que podría ser de unos 10-33 cm, denominada longitud de Plank  (López…, 2004)

El todo, en la dimensión teórica, se explica como un subtodo del todo y se puede describir de manera finita.  Se expresa como conjuntos y subconjuntos. Un conjunto, siempre será un subconjunto del todo. Ese todo será subconjunto de un todo más grande o más pequeño y así sucesivamente. Existe la idea de que el todo puede ser matemáticamente o físicamente explicado, con una fórmula clave, maravillosa y única. Ese siempre ha sido un sueño para los investigadores, que ha sido obsesión para racionalistas, idealistas, cientificistas, metafísicos y filósofos.  

Alfred North Whitehead nos explicaba con el concepto de la concrescencia “el paso de la diversidad a la unidad”, pero no existía la permanencia, alcanzada la “completud” de “…esa unidad, inmediatamente perece, siendo captada objetiva (no formalmente) por otras nuevas.” (Gómez, A. 2010, p. 690).

El individuo humano busca y no se cansará de buscar la explicación del todo. En el camino de la fe se llegaría a Dios como una definición, y ya no se necesitaría más explicación, ahí se acabó. Él es la fórmula, Él es la nota clave. Entonces, ¿la explicación del todo, filosóficamente, sería de carácter dogmático? Mientras, por otro lado, la ciencia conduce a la definición del todo por medio de los cálculos matemáticos y cuánticos. En estos casos ya hemos presentado en párrafos anteriores ideas del avance que se ha tenido en este aspecto. Pero lamentablemente parece que existen eslabones perdidos por descubrir. Si fuera así, aquí caben otras preguntas que son necesarias. ¿Todas las relaciones de la naturaleza se explicarían por medio de una partícula como ya se ha sugerido o pretende buscar? ¿Dónde cabe lo “no físico”? ¿Lo “no físico” estaría excluido del discurso del todo? ¿El todo es energía, incluyendo la materia, como plantean muchos científicos? ¿Es que la explicación del todo es propia de un tipo de ciencia espiritual? También sería excluyente. Para comprobar eso solo se tiene que dar una mirada comparativa a los múltiples postulados de los materialistas e idealistas y los de otras corrientes filosóficas. Revisar a Platón, Aristóteles, Pitágoras, Hermes Trismegisto, los estoicos, entre otros. 

Tomemos esta idea: un plato de arroz, se puede decir: “todo el arroz”, que está contenido en el plato. Esa es una idea del todo. Un saco de arroz: “todo el arroz”, que está dentro del saco. Ya el arroz del plato se convierte en un todo dentro del todo, dentro de la idea de todo el arroz. Sin hacer mucho esfuerzo, diríamos que es la suma de las partes.

Ahora bien, el todo finito, todos los granos de arroz que existen en este momento en el planeta. Y el del todo infinito, sería todos los granos de arroz que existen en el universo con todas sus galaxias nunca imaginadas, cosa esta improbable de constatar, con los medios con que disponemos. Y mucho menos si el universo es una masa viva en constante expansión. ¡Claro! El concepto del arroz funciona como ejemplo de materia, y se explica mediante las matemáticas y su método cuantitativo. Así es fácil. Para la explicación de la sustancia, la energía, la esencia, y otras características, el discurso del todo en el arroz sería otro.

Estas son ideas elementales del todo, son conceptualizaciones de tipo espacial y contable. Pero el todo no se puede reducir a eso. Se piensa en su origen, en su estructura y su ontología, cuando el individuo y la sociedad se ponen en planos de importancia en el discurso. ¿Qué es lo que hay en el todo? La respuesta sería todo. Ya entramos en un problema de tipo científico y ontológico. Y aquí empiezan las discrepancias

¿El todo es la verdad fundamental? El Kybalión refiere que: “Más allá del Kosmos, del tiempo, del espacio, de todo cuanto se mueve y cambia, se encuentra la realidad substancial, la verdad fundamental”. 

En su esencia, el todo sería incognoscible. O sea, que la respuesta sobre el todo no está aquí y ahora. Parece no ser encontrado en las dimensiones euclidianas ni en el espacio-tiempo de Einstein. Habría que pensar que el todo es, que existe; y si es, si existe, ¿está presente en el espacio-tiempo o en otra forma o dimensión? 

Aquí se me ocurre pensar en teorías como las de René Descartes, siguiendo el dualismo cuerpo-alma de Platón, quien planteaba la idea de que, cuerpo y alma eran dos cosas diferentes. Contrario a lo insinuado por Aristóteles de que, cuerpo y alma eran una misma cosa. Para Descartes, con su “Res cogitans” y su “Res extensa”, son dos sustancias diferentes e independientes y que se conectaban por medio de la glándula pineal. Dentro de los pensadores modernos lo hizo caer en el dualismo citado anteriormente. El pensamiento de Descartes quedó entrampado en sus ideas por no resolver ese problema dualista, pero sentó las bases del racionalismo, empirismo e idealismo modernos.

Cabe ahora citar a Denis Diderot (1713-1784), importante pensador de la Ilustración francesa, conocido por su ateísmo y sus críticas al catolicismo, en su famoso texto Coloquio, cuando D´Alambert parla con Diderot, y dice: “Confieso que un Ser que existe en alguna parte y no corresponde a ningún punto del espacio; un Ser que es intenso y que ocupa una extensión, que está todo entero en cada parte de esa extensión; que difiere esencialmente de la materia y está unido a ella; que la sigue y la mueve sin moverse; que actúa sobre ella y que padece todas sus vicisitudes; un Ser del que no tengo la menor idea; un Ser de naturaleza tan contradictoria es difícil de admitir. Pero otras oscuridades esperan a quien lo rechaza; pues, a fin de cuentas, si esa sensibilidad por la que lo sustituís es una cualidad general y esencial de la materia, es preciso que la piedra sienta”. Diderot le responde: “¿Y por qué no?” Y en seguida D´Alambert manifiesta: “Es duro de creer”. Así, Diderot reacciona: “Sí, para quien la corta, la talla, la tritura y no la oye gritar”.

¿A cuál Ser se refería D´Alambert? ¿Al Dios absoluto perfecto? ¿Cómo puede haber un Ser que existe en alguna parte y no corresponde a ningún punto del espacio? ¿Cómo ese Ser existe sin que esté relacionado con el tiempo? Como se colige, si se deja afuera el espacio y el tiempo, cualquiera que fuera el concepto, sería excluyente y no se correspondería con el todo.

Para eso, San Agustín tenía su explicación cuando nos habla de la creación del tiempo, que fue creado por Dios, no en un momento dado, porque se produciría una contradicción: la creación del tiempo en el tiempo. De hecho, ya el tiempo debió de haber existido para que Dios lo creara. En su libro El concepto del tiempo según San Agustín, con algunos comentarios críticos de Wittgenstein, de Ronald Suter (1962) que “No hay nada temporalmente a la creación del tiempo”, “que la eternidad o la falta de existencia del tiempo, es lógicamente, sino temporalmente, previa a la existencia del tiempo” y que “Dios existe en la eternidad y Su Palabra es coeterna con Él”.

Aquí no se habla del mundo tridimensional euclidiano, de la teoría cuántica de los campos ni otras vías para encontrar la verdad sobre el origen del tiempo aunque ya el espacio debía haber sido ocupado por ese Ser “que difiere esencialmente de la materia y está unido a ella”, como aparece en el Coloquio de Diderot.  En conclusión, para San Agustín, el tiempo fue creado por Dios y su Palabra es coeterna con Él, como ya se ha expresado.

Citemos El Kibalión de nuevo: “Bajo y tras del universo de tiempo, espacio y cambio, ha de encontrarse siempre la realidad sustancial, la verdad fundamental”.  Aquí viene otro objeto de análisis: “Bajo y tras del universo de tiempo, espacio y cambio…” ¿Se refiere a algo más allá del tiempo, espacio y cambio? Al menos, el tiempo no soportaría un antes y un después   (un pasado y un futuro, solo un presente), si no se aplica de forma arbitraria. Si se analiza término por término: tiempo, espacio, cambio; la realidad sustancial y la verdad fundamental estarían fuera de esos campos.

La sustancia existe por sí misma e independiente; Dios sería la sustancia infinita, definida desde la mirada religiosa. Tanto la teología como la metafísica seguirían hurgando, para sus fines más convincentes. Un religioso diría “lo mismo que en la tierra como en el cielo”, uno que es científico podría decir: “lo mismo que en el universo es en el átomo” y un filósofo diría “Conócete a ti mismo y conocerás el universo”.

Si abordamos teorías recientes, encontramos la de Pedro Laín Entralgo (1908-2001), quien “no defendía la existencia de una alma inmaterial, como se venía haciendo desde Platón en el pensamiento occidental cristiano”. Para Laín “el alma como el cuerpo son sustancias incompletas; solo en virtud de la unión sustancial constituyen una sustancia completa” (Laín, 1994, p. 46).

Ya don Miguel de Unamuno había proclamado que la vida era una totalidad unitaria: «Y yo, el que piensa, quiere y siente, es inmediatamente mi cuerpo vivo con los estados de conciencia que soporta». «Es mi cuerpo vivo el que piensa, quiere y siente» (Del Sentimiento trágico, IV, pág. 528). Laín quien compartía modelos de creencias con Unamuno, decía que «El cuerpo es el que piensa y no un “yo” o una «mente» dentro del cuerpo» (Páramo, V. 2010). La diferencia entre Platón y Laín es que este último “niega el alma como realidad constitutiva del hombre y niega también el concepto de alma” (F. Roger Garzón, 2008, p. 90).        

Ya para los filósofos inclinados a la neurociencia, neuropatología, neurofisiología, diversas teorías subyacen a la existencia o no del alma, la mayoría de los cuales descartan el pensamiento cartesiano. También, conceptos de San Agustín de que el alma estaba unida a Dios mediante ideas, no innatas, sino que emanan de Él. Aunque dan por concluido el discurso cartesiano, esté sigue vigente en la cultura occidental y humana, precisamente por las raíces antropológicas, científicas y culturales, producto de la diversidad de entes en los colectivos humanos.  Así como el pensamiento platónico o aristotélico sobre el alma y el cuerpo es defendido por tantos, entre ellos religiosos, los nuevos paradigmas en el desarrollo del conocimiento muestran otros textos para dar explicaciones y superar modelos y tradiciones de pensadores clásicos o de la antigüedad.

Domingo 25 de febrero de 2024

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