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De poesía y algoritmos
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De poesía y algoritmos

Por Virgilio López Azuán

Primera parte

No creo que este sea el mejor momento para los poetas y quizás tampoco para la poesía. La poesía se convierte en tiempos como estos en una acción de emergencia ante el caos, ante la profunda crisis humana; es el único lugar donde el ser se sentiría cómodo, ante la crisis del ser mismo. Un ser fuera de las palabras, del lenguaje, un ser fugado del espacio definido por Heidegger.

Existe una conspiración epocal contra el desarrollo y la manifestación del ser en sus esencias. Son múltiples los caminos que se han abierto a las masas con pocas salidas que no sean controladas. La hipercomplejidad de un mundo que ha descubierto otras realidades, que las recrea, que las simula y se las cree, permite apertura de las incertidumbres; realidades que se escapan entre los dedos y a veces dejan la sensación de hartazgo y fascinación. El simbolismo de los agujeros negros en el espacio se traslada a ese mundo del individuo presente, se instala como modelo con rastros de nihilismos y existencialismos en una lucha feroz contra la vertiente esperanzadora.

Existe la pauta del control de las mentes colectivas sin que apenas haya un tiempo de respuestas contrarias. La creación de un estado de sitio sin héroes ni batallas que salven porque todo tiende a la fuga, a la libre expresión de un poshedonismo como emergencia temporal.

¿Cuáles espacios le quedan al ser humano? Se me ocurre pensar que esa preocupación no es nada novedosa, desde los primeros establecimientos de humanos con el consecuente incremento de las poblaciones, la conquista del espacio ha sido una aspiración desde la génesis humana. De ahí parte el dominio de los territorios por  los imperios y reinados, la mentalización de la guerra de las galaxias, el dominio de la virtualidad y de las dimensiones más allá de las fronteras euclidianas. De hecho la guerra de las mentes, del conocimiento y de las inteligencia abre espacios estelares para el uso del poder.

Cuando las economías sobrepasan lo racional, creando pronunciadas curvas de desigualdades; cuando el desconocimiento o la evaporación del ser, perdido en cualquier agujero negro se aviste sin posibilidad de rescate; cuando el placer pierda sus efectos;  cuando se pierda la capacidad de autoorganización, personal y natural, entonces, ¿la poesía podrá ser una de las escaleras que nos permita la conquista de otros espacios para la realización del ser? Algunos han buscado esos espacios en supremas ideologías de emancipación, religiones, cultos, oraciones, meditaciones, sustancias narcóticas, flagelaciones, etc…

Pero ¿Cuándo entrará en decadencia el egoísmo? Las religiones, la filosofía y la poesía con sus doxas han sido fuentes predicadoras contra el egoísmo; sin embargo, como si fuera un fractal autogenerativo este se expresa en las conductas humanas con mutaciones, más allá de todo tipo de predicción. El egoísmo entra en la conducta como una base de sustentación del yo, como una reafirmación de sí mismo, lo peor es que lo haga de forma patológica porque se rompe el equilibrio.

La poesía está ahí siempre por desentrañar, los poetas pasan por una etapa crítica y una razón es porque la poesía en este tiempo no es espectáculo. Nunca se había visto una era humana donde el espectáculo se haya convertido en una fuente de fascinación de carácter general, desde lo sacrosanto hasta la más alta expresión banal, carnal o sexual, que antes estaba limitado a círculos más cerrados. Dentro de la característica de la personalización que define al individuo posmoderno, el individuo mismo viene trasladando esa personalización a una especie de hiperespectáculo.

Ahora se traslada la simulación de los conocimientos, de los sentimientos humanos, de las emociones, a las máquinas. Esas que son capaces de generar formas de lenguajes indescifrables, de retar el entendimiento. El avance de las ciencias de la computación ofrece la oportunidad de programar la imaginación, de que se alimenten sistemas con algoritmos basados en el léxico y lenguaje humano para producir ideas y hasta arte. Entiéndase algoritmo como un conjunto metódico de pasos que pueden emplearse para hacer cálculos, resolver problemas y alcanzar decisiones (Harari, 2016).

Uno de los casos es el uso de algoritmos para producir poemas tratando de aproximarse lo más posible a un verdadero poeta. Para ello existen varios estudios, ensayos y programas. Ya producimos poesía en laboratorios y cada día más se perfecciona la técnica. Es el resultado no solo de las ciencias de la computación sino de esas ansias humanas de encontrar otras formas de expresión que siempre serán infinitas. Nada de pensar a estas alturas que las máquinas de producir poesía podrán sustituir al poeta real, humano, debido a que ellas responden a una programación precisamente de humanos, aunque como dije anteriormente, ciertas prácticas y usos de algoritmos han dado pie a la creación de nuevas formas de lenguaje. 

El algoritmo natural, unas veces programado, otras veces infinito, con cadenas lingüísticas bien cohesionadas es elaborado por el cerebro humano. Estructuras capaces de utilizar signos que proceden del automatismo para producir lenguaje. Ese mecanismo natural del pensamiento, del procesamiento de las emociones y sentimientos y codificarlos en forma de lenguaje es único. En las tertulias del Movimiento Literario Efluvismo tratamos esos temas, donde el ejercicio creativo active las células neuronales.

Diversas teorías neurolingüísticas explican los mecanismos de relación entre el cerebro y el lenguaje y existen avances en cuanto a la llamada Programación Neurolingüística, -PNL-, como metodología para modelar los rendimientos del individuo. Permite el cambio de los pensamientos y hábitos por medio de técnicas de comunicación, formas de actuar y percepción de la realidad. Varios de estos estudios tienen cierta base en las metáforas que sobre el cerebro se han creado a lo largo de la historia como aquella que el cerebro era “un libro omniabarcante” o que era un “teatro en la cabeza” y hasta Descartes lo describió como “una maquina” (Beltrán de Heredia, 2019).

El cerebro en cuanto a la producción del lenguaje, visto como una “máquina algorítmica” donde tanto razones, como emociones y sentimientos generan complejas relaciones en ese mecanismo de la mente y  el cuerpo. Tanto la selección del léxico, la estructuración de oraciones y la carga de la energía por el uso de ciertas palabras en la actividad cerebral podrían suponer dos cosas: Un orden planificado o un brote intuitivo, este último que genere lo que llamó Spinoza “Conocimiento por experiencia vaga”, (Propositio XXXIX. Escolium II), donde las percepciones se realizan por medio de los sentidos y se generan de forma mutilada, confuso y sin orden. Esto último puede suponer que no existe una actividad del todo consciente o sistemática en la generación del lenguaje, que se trata de un mecanismo lleno de azares e incertidumbres, por lo que no se garantiza la cohesión lingüística, la claridad de los conceptos en su campo semántico o simplemente, se expresa un resultado donde no se garantiza la comunicación por los sentidos vagos, oscuros o absurdos.

Los estudios muestran que en el área de Broca “se genera la formulación verbal (morfosintaxis), la comprensión de estructuras sintácticas y cumple con el rol de procesamiento de los verbos”, González y Hornauer –Hughes (2014). En la selección del léxico en el Área e Wernicke, el mecanismo mental apela a la memoria. Entonces ¿Esa selección se realiza de forma algorítmica? ¿Se realizan atajos? Se recuerda que el mismo cerebro, en función que recae en el lóbulo temporal tiene la capacidad para el procesamiento léxico-semántico, que influye en la comprensión de las palabras, y que las informaciones producto de la actividad sensoriomotoras son procesadas por las diferentes áreas o zonas cerebrales que conforman el lenguaje.

Como se aprecia, el cerebro tiene sus propios mecanismos de creación y articulación del lenguaje en condiciones normales en la actividad neurobiológica. Pero dentro de toda esa actividad hay mucho por estudiar sobre las imágenes mentales, los conceptos abstractos y la capacidad para la producción de metáforas, que son aspectos básicos cuando se estudia el lenguaje de la producción artística y en el caso que damos seguimiento al de los poetas.

El poeta utiliza o debe utilizar una especie de metalenguaje, sin perder la conexión con lo real, con la realidad, con su realidad. Utiliza el lenguaje de lo concreto y abstracto para la creación literaria. Es la expresión de la conciencia del cuerpo, la mente y la razón. Es el quien articula la conciencia del lenguaje.

A pesar de todas las producciones y demostraciones científicas sobre el cerebro, lenguaje y creación poética, no se tiene la última palabra. Existen tantas experiencias diversas y emergencias en la praxis creativa que cada día nos asombran las nuevas vertientes expresadas por los creadores. Esos campos imaginativos, esas capacidades de desdoblamientos mentales, esas maneras de percepción de la realidad, crean nuevos espacios de comunicación, nuevas posibilidades para el asombro y la conmoción.

Los participantes en las tertulias del Movimiento Literario Efluvismo, preguntan con cierta frecuencia, ¿Cómo podemos generar conscientemente el chispazo creativo? ¿Cómo controlarlo a voluntad? Ante la función generativa del lenguaje por parte del cerebro humano, ¿Cómo articular las imágenes de lo abstracto, creando metáforas con cualidades estéticas que respondan a un interés, a una necesidad o a un simple éxodo de ideas trasmutadas con plasticidad que superen el sentido utilitario? ¿En cuál campo semántico colocamos la finalidad del arte poético? Y ante algunas de estas preguntas, como lo hemos hecho en otras ocasiones, les refiero al poeta español Miguel Hernández (1910-1942) que en su poemario El rayo que no cesa (1936) nos presenta estos versos: “Este rayo ni cesa ni se agota: / de mí mismo tomó su procedencia / y ejercita en mí mismo sus furores.” (Hernández, 1936), donde se alude al rayo poético o como decimos en las tertulias el rayo de la poesía. ¿De cuál recóndito lugar del ser proviene ese rayo? Y en la complejidad de identificar esa procedencia nos aparcamos en lo alto de la torre y decimos que proviene de la “capacidad humana”, de esa actividad cerebral que conjuga razones, emociones y sentimientos. Esos versos revelan una actividad metalingüística que ha adquirido la categoría de expresión poética, con su ejercicio creador de conciencia.  Se desentraña el carácter ontológico del individuo, se transmutan  las esencias del lenguaje para alcanzar estados de sabiduría, de plenitud, de conciencia propiamente dicha. Llevarlos a un plano donde las palabras sean especies de agentes neuroplásticos y se puedan crear cosmovisiones partiendo de la cosa, el universo y sus representaciones.

            El cerebro en su actividad mental puede generar estados de plenitud en la utilización del lenguaje; despachar con furores la poesía, con aquella plasticidad propia de un manejo efectivo de sus capacidades. Esa excitación del ser, liberador del desosiego y persecutor de la plenitud se expresará como un rayo creador. Esa “máquina cerebral” en plena capacidad articulará, vinculará, establecerá todas sus redes neuronales, todas las sustancias bioquímicas; activará cuerpo-mente y ser para construir estados poéticos, porque la poesía se crea en medio de esos estados, ya sea por medio de fulgores o dominio del rayo poético aludido por Hernández.

En fin, ¿qué decir si un cerebro no se encuentra en plenitud en cuanto al uso de sus capacidades? ¿Por qué tantos “cerebros enfermos” han producido obras de arte que son consideraras cumbres en la historia? Eso le analizaremos en la segunda parte.

El autor posee maestrías en Educación, Lingüística y Estudios Afroiberoamericanos.

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