TORTUGUERO, AZUA DE COMPOSTELA.- Íbamos en fila histórica hacia Tortuguero, Azua. Juntos, mirando la costa azuana, el licenciado Apolinar de León Medrano, Ramón Antonio Minyety el paparazi de la naturaleza azuana, el fiel conductor Miguel y un servidor.
Abrasador el día; melancólico también. En esa inmensidad de llanura entre cactus, guasábara y cambrón quizás uno soñaba con el cuerpo desnudo de alguna mujer ya ida, el divino cuerpo profundamente casto. Mirar a la mujer azuana rumbo a Tortuguero era símbolo religioso el de esa mujer en cuyos flancos están el retoño, el germen y la aurora. Va flotante, ondulando con la cara hacia el cielo, a modo de aspiración. Nada y vuela a la vez con los brazos curvados atrás de la cabeza, apenas delimitada de tan fina.
Apolinar de León Medrano nos hace algunas reseñas históricas de su Azua querida y centenaria. Entre cambrones y cactus se veían al fondo perdido casi en la nada el inmenso mar Caribe. Ramón Antonio Minyety preparaba el disparo de la cámara con un obturador como la misma historia de Tortuguero tan usada y tan útil para los eslabones históricos como escribió nuestro amigo y hermano Alberto Baeza Flores en su famoso libro, “Las cadenas vienen de lejos”.
Bajamos y subimos hacia Tortuguero con una plegaria, porque ese lugar es recuerdo y emoción. En lontananza se llega a mirar donde estuvo el cuartel general del General Pedro Santana antes de irse a Sabana Buey para definitivamente establecerse allí por un periodo de tiempo indefinido. Temo que fugue a empaparse en astros o que pueda herirse en los filos de la cordillera aquel recuerdo tan fresco y tan añejo. Se mira el fondo del intacto azul del cielo azuano. Dejó Dios la encina en Tortuguero con una historia virgen de la redención de los pueblos.
Al llegar a Tortuguero miramos el Monumento erigido allí por las autoridades. En la inscripción memorable faltan nombres. El monumento como solitario recuerdo en la tarja recuerda a tres grandes hombres, pero pensamos que dentro del marco histórico faltan algunos nombres para ser justos. La Historia y los monumentos se escribieron o no se escriben. La comisión histórica de Azua de Compostela debe revisar ese capítulo para que la historia no quede trunca. En esa explanada el mar silente las yolas pesqueras, y las montañas en la lejanía son los testigos que quedan junto a dos farallones de concreto donde se presume que hay osamentas enterradas allí.
El fotógrafo del grupo me dijo en secreto: “¿Por qué a usted le gusta escribir de estas historias y usted la hace crónicas? Le respondí “cuando nací, la Naturaleza me dijo: ¡ama! Y mi corazón dijo: ¡agradece! Y hago religión de la lealtad y abrazo a cuantos me hacen bien.”
La historia afirma que luego de la batalla de Tortuguero, se inició la Marina de Guerra Dominicana. Fue una batalla naval mínima escenificada en el Puerto de Tortuguero el 15 de abril de 1844, precisamente en Azua. Una fuerza de 3 goletas dominicanas, dirigidas por el comandante Juan Bautista Cambiaso, derrotó a 3 buques de la Armada Haitiana. Aunque fue un combate menor, determinó la supremacía naval de la República Dominicana sobre Haití hasta el final de la guerra. Terminada esta batalla, nació la Marina de Guerra Dominicana. Sentados allí, en ese recuerdo mismo, la que todos hemos casi sentadamente admirado en el santuario de ese basto responsorio que se ha convertido en la coloreada multiplicidad de la grandeza de la naturaleza, el recuerdo de los acontecimientos y mirar allí como un encina donde deben reposar las Águilas para que jamás se les olvide el nombre de aquellos héroes epónimos, entre los cuales estaban Juan Alejandro Acosta, José Antonio Sanabia, Joaquín Orta, Teodoro Ariza, Pedro Tomás Garrido y Fermín González. En la traja se lee: AZUA 15 DE ABRIL 1844: En memoria a los marinos dominicanos que se distinguieron en el combate naval de Tortuguero al mando de los capitanes: Juan Bautista Cambiaso, Juan Bautista Maggiolo, Simón Corso. 15 de abril de 1994. El 13 de abril, las tres goletas al mando del comandante Juan Bautista Cambiaso zarparon desde Aguas de la Estancia, Cambiaso al mando de la goleta Separación Dominicana (buque insignia), el capitán Juan Bautista Maggiolo al mando de la goleta María Chica y el teniente Juan Alejandro Acosta al mando de la goleta San José.
Mientras que una flotilla de barcos haitianos asaltó las cosas de la Bahía de Ocoa, en la Puerta de la Misericordia se tomaban aprestos de emergencia por la Junta Gubernativa que ordenó que todas las embarcaciones de Santo Domingo fuesen preparadas para la defensa del suelo patrio. En ese Puerta de la Misericordia todo comenzó. La voz se propagó. Los ecos retumbaron y según marca la historia “Juan Alejandro Acosta junto con algunos mercantes logró armar dos goletas. Acosta recibió la goleta Eleonora (rebautizada como San José) de manos del comerciante británico Abraham Cohen y fue seguido por el mercante italiano Juan Bautista Maggiolo, quien recibió la goleta María Chica de manos de los mercantes catalanes José y Francisco Ginebra. Las dos goletas, San José y María Chica, zarparon rumbo a la localidad de Aguas de la Estancia, Baní, para reunirse con Juan Bautista Cambiaso, otro mercante italiano.”
Estar en el lugar de los hechos de súbito, no sé si son mis ojos los que lo que la miran en polvareda de mármol, o si es ella en realidad la que se está desvaneciendo en el recuerdo de la memoria de los azuano. O transfigurado en morfología de quimera. Miro allí la grandeza de grandes dominicanos y extranjeros defendiendo el lar Patrio.
Se dice que el 15 de abril tres embarcaciones haitianas se avistó tres embarcaciones haitianas y bajo las órdenes del comandante Cambiaso las tres naves fueron hundidas dándole gloria y honor al pueblo dominicano en aquella refriega que determinó el antes y después de los mares en esa batalla naval. El regocijo fue tan grande. Todo allí era visión de sucesión cambiante: barcos, humos tendidos o velas desplegadas, arquitecturas, fauna cuaternaria, bocetos que son espíritu casi. En Tortuguero absorbo todo esto y soy testigo de una creación que dentro de sí misma cambia en incansable renovación de forma.
La buena nueva de la victoria dominicana se esparció como la pólvora y el 23 de abril de 1844 la Junta Central Gubernativa ordenó que las tres goletas fueran incorporadas a la recién creada Marina de Guerra, y el comandante Cambiaso fue nombrado almirante. La presencia haitiana en el mar se desvaneció después de este encuentro, consolidando la supremacía naval de la recién creada nación.
¿Pesadilla? No: estamos despiertos, con lozanía de pupilas. Nuestra razón alerta se da cuenta de las visiones, que desafían la estructura de sus procesos lógicos. Desde el atracadero de Tortuguero el pulso palpita firme y normal. Y, sin embargo, me sumerjo en las alucinaciones de todos los hechos de aquellos días, ávido de llenar mi inmovilidad con la gama rica y siempre nueva al panorama histórico de un lugar sin igual llamado Tortuguero.
Al dejar aquel lugar tan lleno de historias sentí que todo es como un redondel en que rugen, crecen las guasábaras, vuelan gráciles tórtolas errantes y el recuerdo de aquellos cañonazos históricos en la fina rapidez de la espada que allí en Tortuguero se había preparado para engendrar de una vez y por todas en las manos dominicanas y de América que no han sido violadas─ por el ímpetu genésico de los malos hombres─, sino enhiestos con la grandeza de una provincia mil veces inmortal dispuesta a levantar el nombre de su historia para que en todo mar abierto también se recuerde: ¡Recuerden a Cachimán!