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Sensibilidad lingüística, texto poético y prosaico
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Sensibilidad lingüística, texto poético y prosaico

Por Virgilio López Azuán

Trataremos el tema de la sensibilidad desde el aspecto lingüístico en los textos poéticos y prosaicos. Se centra la atención en el uso sensible de la lengua y el lenguaje desde diversas perspectivas. Por ejemplo, al leer un poema de Víctor Hugo escrito en francés y después traducido a otro idioma, nos enfrentaremos a múltiples situaciones de carácter analítico. Esto puede incluir las connotaciones de las palabras, la arquitectura de los versos, el ejercicio intelectual, racional y lógico; la decodificación y la traslación de los estados sensibles del autor pretendidos o no en el poema.

Todos los textos lingüísticos tienen características sensibles, como sensibles son los autores, lectores y traductores de forma muy particular. Hay una interacción de sensibilidades que a veces se entrecruzan, se omiten, se reproducen, se sustituyen o se crean nuevas. Nadie podría traducir la hondura del dolor expresado por César Vallejo en sus versos. No existen códigos, palabras y estructuras lingüísticas en otros idiomas, que no sea el español, capaces de arrancar del interior del texto poético de Vallejo el dolor que en él se expresa.

El traductor y el lector

Existen diferencias funcionales entre el traductor y el lector. Al traductor se le exige el dominio de las lenguas intervinientes en el ejercicio. El lector solo requiere de una como condición necesaria y suficiente. El traductor tiene una importante responsabilidad ética no solo con el manejo de los idiomas, sino con los autores de la obra y los lectores. Aquí se enfrentará a relevantes desafíos evolutivos de las lenguas en cuestión, a las variaciones lingüísticas, a los contextos sociolingüísticos y las metodologías utilizadas en el trabajo de traducción. Para el lector las exigencias son menores, porque tiende a leer en una sola lengua, pero no lo descarga de su responsabilidad ética frente al autor. No podrá decir que dijo “Diego” donde dijo “dijo”. El traductor debe tener una intención diferente a la del lector.

Elementos sensibles

Es sensible el texto, el traductor, el autor y el lector. Si se toma un texto poético o en prosa, el universo de características que posee es insondable, partiendo, por ejemplo, de cualquiera de sus categorías, dimensiones y aristas. Si abordamos la sensibilidad como una cuestión de respeto por la comunicación literaria, el traductor de poesía o prosa tendría que poseer no solo competencias, sino el desarrollo de la sensibilidad para respetar el texto, al autor y al público que sería lector. El traductor asume una gran responsabilidad que va más allá del conocimiento y acatamiento de la cultura y las lenguas intervinientes. No pasa lo mismo necesariamente con el lector.

Los individuos humanos poseemos sensibilidad, pero no todos en la misma medida, por las diferencias individuales, biológicas, psicosociales, culturales, espaciales y temporales. Así, el lector no tiene la misma sensibilidad que el que realiza la función de traductor.

Existen aquellos con gran desarrollo de los sentidos y la intuición. Ante un autor de texto con alta sensibilidad y capacidades en el dominio de la lengua y el lenguaje; el traductor, tendría que trasladar al nuevo texto las impresiones del autor. Intentaría entonces trasladar esa carga “sensible”, “emocional”, “intelectual” al nuevo texto. El traductor se encontraría con varios obstáculos que tendría que salvar: la lengua, el lenguaje y la sensibilidad, son los primeros.

Contextos y textos

Existen múltiples diferencias entre las lenguas propias de los contextos sociolingüísticos, la evolución y los niveles con que se utilizan: fonológico, morfológico, sintáctico y léxico-semántico. Al ser traducido un verso, no existe la certeza de trasladar, en el sentido equivalente, la carga emocional, intelectual y lingüística que de él se desprende. 

Tomemos otros ejemplos, ya no en la poesía, sino en la prosa. Emilie Blomgren (2011) en su texto La traducción del español argentino en Rayuela, de Julio Cortázar, explica algunas de las dificultades a las cuales se enfrentó en su ejercicio. Ejemplo, los que aluden a los rasgos típicos del dialecto argentino, donde, para “entender” el sentido, la significación y las connotaciones, tuvo que analizar varios ejemplos antes de empezar las traducciones y se valió de algunos amigos y del diccionario del dialecto argentino. A pesar de esto, las limitaciones estuvieron presentes. Lo mismo debió de haber sucedido con el libro The Brief Wondrous Life of Oscar Wao (La maravillosa vida breve de Óscar Wao) (2007) de Junot Díaz, que la lectura para el público inglés no es la misma que para el público dominicano. Algunos reportan cuanta diferencia en el texto con la traducción al español, a pesar de que el tema tenía un origen dominicano, incluyendo vocablos del dialecto criollo.

La relación autor-texto-traductor-lector, siempre tendrá sus limitaciones. La sensibilidad intencionada o no por el autor tiene sus barreras por el dominio que tendría de la lengua y el lenguaje. El texto siempre estaría incompleto por la versatilidad de la lengua y los alcances estéticos del lenguaje. El traductor lleva la peor parte. Siempre será difícil para él inhibirse de su sensibilidad al interpretar la obra, y sobre todo, ser conocedor de la evolución de ambas lenguas intervinientes. Su parte más crítica dentro de los esquemas connotativos son los procesos pasados y presentes de la socialización lingüística en determinados contextos.

Desde el lector y en otros contextos

Ahora, el enfoque lo haremos desde el lector y otros contextos. Una obra poética o prosaica suele ser enriquecida o deteriorada sensiblemente por causa del lector en el acto mismo de la lectura. Algunas ganan mucho a partir de la configuración intelectual y emocional de quien lee. Sin ser leído nunca, el texto, según su contexto y concepto, también gana o pierde al momento de ser descubierto o develado. Imagínese lo sucedido con la aparición de los Manuscritos del Mar Muerto.  El valor de las obras en ese tiempo, por su carácter religioso; contenidos teológicos y organizativos del judaísmo y el cristianismo, eran de mucha importancia.   Se cree que los esenios los ocultaron para preservarlos de la guerra de los romanos contra los rebeldes judíos de aquellos años.   Hoy, con el discurrir de las civilizaciones, estos textos, al ser leídos e interpretados, suelen ser enriquecidos y, de alguna forma, partes de sus contenidos descalificados a causa de intereses, principalmente históricos, políticos y espirituales.

Lo mismo pasa con el libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha (1605). Pasaron centurias para ser colocado en un lugar preponderante como texto creativo, para ser valorado por los especialistas de la lengua y la literatura; así como también, por los lectores. Es muy difícil aceptar un juicio infravalorativo a esta obra, aunque el contexto sociolingüístico del español haya variado tanto. Para ello, se hacen adaptaciones a la lengua moderna y resúmenes para que llegue al gran público. ¡Claro! No entraremos en detalles en cuanto a otros aspectos relevantes, históricos, culturales y políticos que han potenciado la difusión de esa importantísima obra del siglo XVII.

El texto y la sensibilidad lingüística

En todas estas historias la sensibilidad lingüística está presente. A partir de ella, la lengua y el lenguaje pueden activar funciones emocionales y racionales en los lectores. En este caso, los textos poéticos y prosaicos.

¿Puede un texto escrito, por sí solo, activar funciones sensibles y racionales? ¿Ese texto no es un montón de signos muertos que solo cobran vida cuando alguien interviene con él? Al tratar de leerse un texto de una lengua desconocida, el lector no percibe, no interpreta, no infiere nada o casi nada. Los códigos y signos no le permiten hacer inferencias gráficas o acústicas de una cosa. Sin embargo, eso no significa que esos códigos y signos no irradien energía creativa, capaz de activar zonas cerebrales —de significancia o no— para producir un lenguaje, despertando capacidades creativas. Palabras originarias del latín, el hebreo o el griego, que han formado parte del constructo de la lengua española, están introducidas en el hispanohablante con alta significancia sónica y lexical. Eso sucede por la herencia europea de los rituales cristianos, metafísicos y otras experiencias solemnes o no solemnes.

Hasta hace poco las misas de la religión católica se hacían en latín y de espalda al público. En la reforma de la Iglesia Católica, producto del Concilio Vaticano II, promulgado por Juan XXII, se estableció ofrecer la celebración litúrgica en los idiomas de cada país a partir del 1970. Ya el latín venía siendo una lengua muerta desde el siglo X, según los territorios, cinco siglos después del fin del imperio romano. Esto da paso a las lenguas romances, producto de la autonomía de cada dialecto como lengua común. De ahí es que surgen el castellano o español y el portugués, con las influencias de la cultura gótica de los godos, visigodos y la lengua árabe.

Así, con las ceremonias religiosas en latín, se fue construyendo el corpus sónico e imagen de solemnidad y sacralidad. Quizá para muchos esa lengua era para comunicarse con Dios. Nada diferente a aquellas palabras pronunciadas por un behique de una tribu indígena de Quisqueya, cuando en sus ceremonias hacían invocaciones a sus dioses.

A lo largo de cientos de años de prácticas del latín en todas las parroquias, en culturas de diferentes lenguas, se fue creando una memoria genética de imágenes y sonidos en las poblaciones…

En síntesis, la huella genética de la lengua y el lenguaje utilizados en casos como los anteriores pueden estar presentes en el individuo humano, en el inconsciente personal y hasta en el colectivo.

Vuelta al texto

Desde cualquier óptica; signos, símbolos, códigos, y otras denominaciones gráficas o acústicas —en su conjunto o no— componen cierto tipo de texto. Estos tienen función representativa y de interpretación. Para ser elaborados y aceptados con categoría comunicacional, debieron pasar procesos de aceptación, socialización, aprehensión, creencias y hasta de institucionalización cultural.

En la creación de signos y símbolos existe una carga cultural, histórica y humana que gravita sobre ellos. Muchos responden a necesidades, situaciones de conflictos, representaciones espirituales, creencias, contiendas épicas, entre otras. Ninguno de ellos está exento de lo que el individuo humano le imprime. En ellos se incrustan cargas acústicas, imágenes y formas. Forman un texto abierto a los cambios y variantes de las culturas y las poblaciones humanas.

Tomemos un ejemplo: la letra Z. Existen múltiples versiones sobre su origen. En hebreo antiguo, este signo significa “arma”, aunque otros sitúan esa acepción en el arameo. Tanto en el griego como en el egipcio, también la letra Z tiene su simbología. Se alude a que el signo tiene la forma de un arma. Así todas las letras, los números, palabras y otras representaciones gráficas y acústicas tienen sus historias para contar. A medida que pasa el tiempo, van cambiando o perdiendo contenido simbólico, según su difusión y asimilación en diferentes culturas.

Uno se resiste a pensar que un texto por sí solo tenga sentido sin la intervención humana que es quien se lo imprime. Pero es posible pensar teóricamente que sí lo tenga, sin la mediación de nadie. Aunque no lo queramos, esa Z de la cual hablamos —como cualquier otro signo— tiene en su corpus simbólico la energía que ha ido adquiriendo a lo largo de su evolución en su paso por diversos colectivos culturales y de hablantes. Ha asimilado la energía que le han imprimido. Posee en su estructura las huellas de esas energías en su cuerpo interpretativo como legado de discurrir por esas culturas.

¿A cuál energía nos referimos? ¿Esa que es capaz de accionar zonas cerebrales y producir impulsos bioeléctricos? Entonces, ¿los signos están dotados de energía que puede transferirse y entrar en contacto con otros tipos de energía? A eso me refiero. Lo que pasa es que el planteamiento es solo teórico. Otro ejemplo, para los cristianos el signo de la cruz es elemento simbólico de su religión. Al parecer, de este símbolo se desprende energía y testimonian que lo hace no solo en el plano físico, sino espiritual y en el inconsciente.

El signo universal de la cruz

Para muchos, el símbolo cristiano de la cruz no tiene significación alguna. No mueve a estados racionales de aceptación. Tampoco mueve a estados emocionales y espirituales. Quedan entendidas las posibles razones dentro del marco de las diferencias de creencias, grupos humanos, civilizaciones, etc. Quizá un estudio del cerebro podría argumentar que estos no poseen o no desarrollaron una estructura neuroquímica para captar la energía desprendida del símbolo cristiano de la cruz. ¿Será que la cruz, desde su geometría es un símbolo canalizador de energía universal? Sería una hipótesis que mueve a la investigación.

Es importante apuntar que la cruz no es un símbolo exclusivo del cristianismo, sino que está presente en la cultura fenicia, persa, griega, etrusca, escandinava, celta, africana, azteca, maya, inca, entre otras. Enfatizamos: de los signos y símbolos se desprende cierto tipo de energía o cuasienergía y no sabemos a qué nos referimos con certeza científica. Hasta el momento el juicio solo tiene un fundamento teórico, pero “algo debe haber”. Pasa lo mismo con la definición que dan los científicos de la llamada energía o materia oscura del universo. Indican que la mayoría del espacio está ocupada por “eso”, de lo cual poco se conoce. De esa manera, se puede plantear la existencia de una energía o cuasienergía contenida en los signos lingüísticos, en los símbolos, iconos y otras denominaciones.

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